domingo, 26 de noviembre de 2023

Madagascar (II): Un paseo por Belo Sur Tsiribihina

Belo Sur Tsiribihina

Parte de la expedición Remote River de IndigoBe: Web | Instagram | Email

Realmente no había ninguna necesidad de moverse. Bastaba quedarse mirando desde la terraza de la habitación para ver transcurrir un mundo ajeno por la la calle. Por sus suelos de tierra y polvo castigados por el sol cruzaban los 4×4, mezclados con tuk-tuks, motos con remolques, carretillas tiradas por cebúes, perros sin rumbo, escolares y mujeres transportando todo tipo de enseres en la cabeza. Entraban y salían por las decenas de calles secundarias que se estrechaban, se ahogaban, desaparecían o se bifurcaban en otras tantas en ese desorden laberíntico de casas de barro, ladrillo, maderas y chapa que conformaban Belo Sur Tsiribihina.

Terminado el descenso del río Tsiribihina habíamos acabado allí, en el centro de la región de Menabe, en una de las ciudades más importantes de la zona. Algo que no se deducía precisamente por el aspecto decadente de sus calles, sino por su trajín y multitudes. Obviamente, necesitábamos conocer la ciudad de primera mano y para nuestro disfrute dejamos la comodidad de la terraza por la emoción de dar una vuelta por las calles destartaladas.

Belo Sur, como punto de paso entre el Tsiribihina y los Tsingys está acostumbrada al turismo, lo que no evitaba que llamásemos la atención allá donde íbamos. Intentábamos movernos con discreción pero como si de vigías se tratasen entre unos y otros se gritaban y avisaban de nuestra presencia. «Allá van un grupo de extranjeros, no os perdáis el espectáculo». Era curiosidad mutua entre los angostos pasillos de los mercados donde se amontonaban la ropa, las frutas, las verduras y la carne con sus moscas al sol o las tiendas de música pirata y puestos ambulantes de helados y costura.

Es difícil saber exactamente que sucede cuando hay tanto movimiento a cada instante, tanto donde mirar y tanto bullicio ensordecedor. Oleadas de gentes cargados de trastos caminando hacia ninguna parte, puestos de comida callejera abarrotados, tiendas de reparación de bicicletas que ocupaban un trozo enorme de calle, bandadas de niños divertidos ante nuestra presencia observándonos con el mismo detalle con el que días después yo escrutaría a un lémur.

De ese paseo abrumador me quedaré, eso sí, con el color. No solo porque el atardecer llegó con una calidísima luz del sol que lo pintó todo de un dorado mágico e irresistible, sino por la imposibilidad manifiesta de sus habitantes de acercarse a los tonos grises. Especialmente las mujeres, claro, ataviadas con sus preciosos lambas llenos de motivos multicolores.

Los lambas son una de las piezas de ropa tradicionales de Madagascar que sirve un poco para todo: además de como vestido, capa o capucha para protegerse del sol, pueden hacer las funciones de sábana o pueden utilizarse para transportar niños pequeños a las espaldas o incluso mercancías. Una auténtica prenda multiusos que cambia de nombre según su función y como todo en Madagascar según su región.

Porque hay pocas cosas más confusas en Madagascar que el propio Madagascar. Si hasta las tradiciones pueden cambiar cada pocos kilómetros ¿cómo es posible aglomerar tantas sensibilidades bajo esa palabra tan imprecisa que es “malgache”? ¿Qué quiere decir malgache? ¿Quienes son? ¿Es la palabra un cajón de sastre que abarca tan solo un espacio físico?

La versión oficial es que los malgaches son los habitantes de Madagascar, pero ¿tienen algo que ver entre todos ellos? Realmente muy poco. Ni siquiera hay solidez en sus orígenes pues llegaron por varios sitios distintos que poco tenían que ver entre sí. Por un lado una primera ola desde procedente de Indonesia/Malasia/Polinesia alcanzó la isla entre los siglos II y V. Por otro los árabes y africanos que llegaron sobre el siglo IX. Ojo a esa sorpresa: Estando el contiente africano mucho más cerca tardaron muchos más siglos en alcanzar la isla. O eso se supone, porque todo lo referente a su historia hay que decirlo con muchas comillas, claro, porque en Madagascar todo son conjeturas, pero lo innegable es que a lo largo y ancho del país hay zonas (al este) con rasgos marcadamente asiáticos y otras (más al oeste) con rasgos mucho más africanos. Y entre ambos extremos la mezcolanza.

Otro ejemplo de su singularidad: La religión. Oficialmente la gran mayoría de los habitantes del país profesan el cristianismo pero extraoficialmente el animismo está integrado en muchísimas de las capas de la sociedad, creando en muchas ocasiones un popurrí de lo más interesante porque se podrán creer y adorar a Jesucristo pero también a un dios creador del mundo como Zanahary que colaboró con Ratovantany, el dios de la Tierra, para crear a la humanidad.

Hay incluso una festividad como el Famadihana en la que los familiares exhuman los huesos de sus familiares muertos para compartir espacio y tiempo con ellos. Como encaja esto con el cristianismo tradicional es complicado de entender e incluso de imaginar pero no es menos cierto que hay iglesias por todo el país y que los domingos, día de misa, se puede ver a muchos malgaches vestidos con sus mejores galas para atender a la ceremonia.

La incomprensión también tiene su belleza, su encanto. Adoro esa desorientación, esa sensación de estar constantemente en fase de descubrimiento. Me acabó alcanzando la noche y ahí seguía yo, dando vueltas, incapaz de absorberlo todo. Probablemente necesitaría una vida. Me tocó conformarse con un paseo.

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miércoles, 22 de noviembre de 2023

Madagascar (I): El descenso del Tsiribihina

Chaland, el barco más popular para hacer el descenso del río Tsiribihina

El descenso del Río Tsiribihina es parte de la expedición Remote River de IndigoBe: Web | Instagram | Email

El trocotro del motor indicaba que al fin nos poníamos en marcha. Tras la ajetreada carga de material, comida, hielo y tiendas de campaña por parte de la tripulación nuestro barco, una chaland de dos plantas, crujía mientras empezaba a deslizarse corriente abajo por las aguas rojizas del río Tsiribihina.

Varias Chaland descendiendo por los cañones del río Tsiribihina

La vida alrededor del Tsiribihina, en una zona donde no hay carreteras ni puentes, se hace alrededor del Río

Mujer malgache con la cara decorada con masonjoany, en Begidro

Mirando la vista atrás, había costado bastante llegar a ese primer y definitivo movimiento en que podíamos dar oficialmente por comenzado nuestro viaje por Madagascar. Hasta entonces, todo se había resumido en una larga sucesión de transportes que nos habían llevado, varios días después hasta el embarcadero de Miandrivazo, esa playa de arena y barcos.

Embarcadero de Miandrivazo

Fogata en las zonas de acampada del descenso del río Tsiribihina

Ferry local para mover transportes por el río Tsiribihina

Llegando a Miandrivazo

Comenzó con un largo viaje en avión con escala en Estambul hasta alcanzar Antananaribo, la capital del país y le siguió un día de viaje en 4×4 por carreteras decadentes. Costaba imaginar que estuviéramos circulando por la mejor arteria del país, la N-7.

La vida por las carreteras de Madagascar

Empecé a descubrir Madagascar así, desde el otro lado de la ventanilla del coche, en esas primeras horas en que los sentidos se esforzaban al máximo por suplir la desorientación, buscando a lo que aferrarse para minimizar el siempre existente shock que se produce al llegar a un nuevo país.

La capital, tras nuestro paso fugaz, desaparecía entre arrozales mientras nuestro conductor esquivaba motos, bicicletas, carros tirados por cebúes y decenas de personas. Algunas elegantemente vestidas para asistir a misa en algunas de las iglesias chaparritas que salpicaban todo el recorrido o mujeres en suave procesión transportando elegantemente todo tipo de cestos y mercancías sobre sus cabezas.

Dejando Antananarivo tras los arrozales

Mientras el paisaje se desvestía de los verdes de los arrozales y pasaba a los rojos de los suelos arcillosos y terrenos áridos, se intercalaban mercados donde las moscas buscaban (y hallaban) su hueco entre los mostradores de carne y entre ropas y artesanías los variopintos colores de las frutas encajaban perfectamente con la paleta del país.

Madagascar, la isla roja

Se sucedían los puestos ambulantes a orillas de la carretera, buscadores de oro en los ríos y la gente se amontonaba alrededor las furgonetas que hacían las veces de autobús, los taxi-brousse, cuyos techos servían para transporta absolutamente de todo: desde mercancías, bicicletas, maderas, ruedas, macutos y hasta – no exagero- cadáveres envueltos entre sábanas.

Un taxi-brousse

El río Tsiribihina

Habíamos alcanzado Miandrivazo de noche y ahora, ya desde en nuestra chaland sobre las aguas podíamos empezar a entender donde estábamos. El Tsiribihina se nutre principalmente de los ríos Sakeny, Mahajilo y el Mania que viajan desde las Tierras Altas en el centro del país hasta desembocar al Oeste en el estrecho de Mozambique. En este recorrido de más de 500 kilómetros arrastra arena y tierra arcillosa que le acaba dando su característico color marrón rojizo.

Río Tsiribihina

Un camaleón se vino a despedirnos antes de embarcar

Río Tsiribihina

El Tsiribihina es una arteria gigantesca flanqueda en gran parte por orillas de arena y tierra que puede alcanzar en algunos puntos el kilómetro de ancho, y en una zona en la que apenas hay ni carreteras, ni puentes, la vida transcurre obligatoriamente por sus aguas. Podría engañarnos en muchos momentos la sensación de lugar remoto, pero bastaba con fijarnos un poco para encontrar siempre alguna diminutas barcas de madera, algún asentamientos o algún pequeño poblado escondidos entre la maleza, a algunos locales caminando por sus orillas y aprovechando el flujo del agua para bañarse, coger agua o lavar la ropa. El río es su autopista, el río es su mercado, el río es su terreno de juego.

El río es, en definitiva, su vida.

La vida junto al río Tsiribihina

La etimología del nombre, Tsiribihina, como todo en este país, depende de a quién preguntes, porque lo mismo puede significar “agua que no se bebe” como “no te bañes que hay cocodrilos”. Cabe destacar que sea cual sea la respuesta correcta los locales las ignoran ambas. Y eso que sí es cierto que hay cocodrilos aunque no tuvimos la suerte de ver demasiados, algo que depende de muchos condicionantes más allá de la propia biología como la manera de realizar el descenso de las aguas. Si bien nosotros hicimos el recorrido en una cómoda chaland en la que poder moverse y estar bajo la sombra protegidos del inclemente sol, hay algunos visitantes que prefieren hacer el descenso en piragua.

Niño jugando al atardecer cerca de una de las zonas de acampada de arena junto al río Tsiribihina

Aldea Malgache junto al río Tsiribihina

La piragua, el transporte principal por el río Tsiribihina

Los contras son claros: falta de movilidad, y una gran solanera (te dejan unos cojines para tumbarte y un paraguas para protegerte del sol), pero a cambio viajas en silencio y ante la ausencia del runrun de un motor es más probable que veas fauna. Poco puedo opinar sin haberlo probado pero siendo una experiencia algo más extrema, no me importaría repetirlo de esa manera.

Remontando el río Tsiribihina

Colores del atardecer junto al río Tsiribihina

Malgaches paseando por las calles de Begrido

La movilidad y los tours por el río no han cambiado mucho en los últimos cien años, porque ya cuando era colonia francesa también se utilizaban las embarcaciones y piraguas para visitar las plantaciones de tabaco que aún pueden verse cerca de sus orillas.

Plantaciones de tabaco

La cocinera de nuestro chaland

El descenso

Nos esperaban casi 150 kilómetros y dos días y medio de viaje hasta alcanzar Belo Sur Tsiribihina cerca de su desembocadura. Este tiempo de descenso es aproximadamente igual independientemente de si lo realizas en piragua o a motor. En cambio remontarlo en piragua ayudado de largos palos con los que empujarse puede llevar una semana.

Nuestro capitán, el patrón de la chaland

Oteando el río en busca de bancos de arena que esquivar

Hay zonas muy poco profundas y según la época del año es probable que haya que hacer muchísimo giros esquivando bancos de arena en los que de vez en cuando, inevitablemente, las embarcaciones se acaban quedando varadas. Algo bastante habitual que se soluciona a base de puro músculo. Bastaba con que algunos miembros de la tripulación bajaran al agua y resoplando consiguieran levantar ligeramente el barco para acabar de sacarlo de entre las arenas sumergidas.

Atardecer a bordo

Fueron dos días y medio de embelesamiento mirando un paisaje cambiante que iba transformándose en montañas, acantilados y bosques. Descender un río así, sin prisas, sin nada más que hacer que ver la vida pasar fue algo hipnótico. Lo sentí como un regalo en esta vida de inmediatez a la que nos vemos arrojados con demasiada frecuencia. Tanto desde las tumbonas de la parte superior de la chaland como junto al agua y con una taza de café en la parte inferior miraba embobado el mundo que rodeaba intentando entenderlo.

Gentes de Begrido

No todo el tiempo estuvimos a bordo. Nos bañamos bajo cascadas. Nos encontramos con nuestros primeros baobabs y nuestros primeros lémures. Las noches las pasamos atracados junto a bancos de arena donde se plantaban las tiendas para dormir junto al crepitar del fuego. Acampados en mitad de la nada, viendo el día desaparecer bajo la oscuridad, las nubes y las estrellas, escuchando el silencio que de vez en cuando se rompía por el motor de las chaland que remontaban el río. Cenando bajo la luz roja que evitaba a los mosquitos entre charlas, risas y bebidas que nunca nos importó demasiado que no acabaran de estar muy frías.

Atardecer entre baobabs

Atracando el barco junto a playas de arena para acampar antes del atardecer

Canciones locales junto al fuego en una de las zonas de acampada

La excelente comida en la chaland

La realidad llegaba en muchas de las paradas en las que gente, que salía de no sabía muy bien donde, se nos arremolinaba cerca del barco. Al principio del viaje se nos había llamado la atención para que no estropeásemos las latas de bebida o las botellas de plástico que traíamos con nosotros. Eran precisamente estas, las que se nos reclamaban junto al chaland como si de un tesoro se tratase. En las aldeas son necesarias para guardar y almacenar alimentos. Fue una bofetada de realidad. En Madagascar todo tiene una segunda vida. Y una tercera. Y una cuarta… África se queda todo lo que no queremos en otras partes.

Zona de acampada junto al río Tsiribihina

Begidro

Si hubo una parada que me gustó especialmente fue la visita a Begidro. Fue una sorpresa porque desde la orilla del Tsiribihina parecía que iban a ser tan solo unas cuantas casas, pero descubrimos rápidamente que tras esa primera hilera no había una aldea sino una pequeña y vibrante ciudad. Decenas de calles y callejuelas con puestos de comida que acababan en una bulliciosa plaza tomada por un animado mercado donde las frutas y verduras (y en menor medida algo de pescado y carne) acaparaban el protagonismo.

Puerto de Begrido

Viendo la vida pasar en Begrido

Centro médico, escuela y entre el barullo que uno podría imaginarse, decenas de mujeres con las caras decoradas con masonjoany. Esta es una de las tradiciones más extendidas por el país, donde se usa esta pasta a base de madera no solo como protector solar sino también de manera estética. No pude por menos que acordarme de como me había sorprendido muchos años antes de manera similar el thanaka birmano.

Mujer decorada con masonjoany en Begrido

Antes de decorarse con masonjoany…

… y después.

Fue ahí donde tuve el primer contacto real con los malgaches y su buen humor y simpatía. Aparecer por allí fue una revolución y agradezco enormemente que me dejaran acercarme a fotografiarlos. No compartíamos ni una palabra, pero siempre agradezco a mi cámara que me ayude a romper estas barreras lingüisticas.

Belo Sur Tsiribihina

Dos días y medio después, alcanzábamos el embarcadero de Belo Sur Tsiribihina y nos despedíamos de la tripulación con una última comida a bordo. El descenso había sido la forma perfecta de empezar a conocer el país… y lo mejor aún estaba por llegar.

Qué maravilla.

Más info: El Descenso del Tsiribihina ha sido parte de la Remote River Expedition de la agencia IndigoBe. También podéis seguir los artículos que está escribiendo de mi compi Isaac de Viajes Chavetas.

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