viernes, 23 de septiembre de 2022

De vuelta de Bosnia y Herzegovina

Mostar al atardecer

Viajamos para conocer, para intentar entender… pero a veces no es suficiente. A veces vuelves más confundido de lo que te marchaste porque antes de salir de viaje ignorabas la enormidad de lo que desconocías. Y con Bosnia y Herzegovina ha sido mucho.

Monumento a los Partisanos, Parque Nacional de Sutjeska

Mlinčići, los molinos de agua de Jajce

Bosnia y Herzegovina era una zona oscura en mi mapa del mundo y tras una semana recorriéndola este pequeño viaje que solo ha funcionado a modo de introducción, no ha sido suficiente para llenarla de luz. Bosnia y Herzegovina tiene un pasado complejísimo y un presente hijo de todos sus conflictos, poliédrico, infranqueable para una mirada tan ignorante como la mía. Fascinante, apabullante, duro, tenso pero cálido, humilde, digno, orgulloso… Mientras digiero lo vivido ardo en deseos de saber más.

Cascadas de Kravice

Bosnia y Herzegovina ha sido también el primer viaje fotográfico que organizaba. No solo, si no de la mano de Sergio Otegui de Nada Incluido que confió en que tanto yo como la fotografía que hago se podría adaptar bien a los continuos escenarios cambiantes de este país: Desde las ciudades confusas y bellas a pesar de sus cicatrices hasta los paisajes salvajes y apenas explorados, llenos de ríos, cascadas y bosques inalterados por el hombre.

Mezquita Gazi Husrev-beg, Sarajevo

Atardecer sobre Sarajevo

Bosnia y Herzegovina ha sido un viaje que definimos como fotográfico pero donde la cámara no siempre ha sido protagonista. En muchos momentos se ha tenido que quedar en pausa en un afán de comprender. Llegar a un lugar con una historia reciente tan convulsa requiere de aprendizaje, de preguntar mucho y de escuchar mucho más.

Pasajes del casco histórico de Sarajevo

El atardecer sobre los tejados de Mostar

Si entender es muchas veces complicado lo es más cuando cuando los caminos y las historias se entrelazan y tres maneras absolutamente distintas de ver el mundo chocan. La religión y la política ha definido y dividido está región durante años. Católicos, Ortodoxos y Musulmanes se encuentran ahora mismo en un punto de calma, pero bajo la amabilidad que hemos recibido en todo momento se percibe la tensión, la probabilidad de que el complejo equilibrio entre los tres, acabe vencido por un rencor comprensible e imperecedero ¿Se puede olvidar? ¿Se pueden ignorar las memorias, los muertos? ¿Se puede acallar esa ascua? Las guerras civiles escapan de cualquier racionalización.

Trebinje al anochecer

La eco zona de Zelenkovac al amanecer

Las divisiones no se ven, pero existen y se sienten. La homogeneización, la integración y el entendimiento, no es a día de hoy posible. Queda un pacto débil, no hablado, de intentar mirar para adelante sin hablar del pasado. Pero no se olvida.

Calles de Mostar

Bosque primario de Perućica, en el parque nacional de Sutjeska

Me habían prevenido. Bosnia y Herzegovina engancha. Los Balcanes son esa otra parte de Europa que se se siente a medias de dos mundos, son tierras de intercambio, historia de mezcla, puente entre Oriente y Occidente. Todo es familiar, pero al mismo tiempo todo es extraño. Para el visitante novato, como yo, es imposible evitar la confusión.

Parque Nacional de Sutjeska

Los techos de Travnik

Volveré, por supuesto. Volveré con esa inquietud de seguir entendiendo. De descifrar los enigmas que se ocultan a primera vista, para ser consciente de los pliegues de su historia y pensar que quizás no estemos condenados a repetirla. Volveré porque es un país lleno de belleza, lleno de gente encantadora, lleno de ciudades sorprendentes, plagado de cordilleras, valles, ríos, mitologías y rincones insospechados. Volveré porque necesito ver todo lo que no pude.

Necesitaré a mi cámara de testigo, mi perfecta excusa para seguir descubriendo este palimpsesto.

El grupo, en la eco zona de Zelenkovac

Mil gracias a Sergio y mil gracias a Lola, Manu, Cris, Jorge y Adriana por haber confiado en nosotros para este viaje. Estad atentos que en breve llegarán más. 🙂 

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viernes, 9 de septiembre de 2022

Otoño 2021 – Parte 7: El arcoíris sobre Gaztelugatxe (País Vasco)

La tormenta nos estaba pasando por encima y, chorreando, lo único que podíamos asegurar es que no teníamos muy claro qué diablos estábamos haciendo. Manteníamos la posición desde nuestro mirador sobre el acantilado con el ridículo resguardo de un paraguas. Enfrente nubes, una cortina de agua y un trípode preparado por si en algún momento, por algún breve, brevísimo instante, el sol hiciera acto de presencia.

Nos habíamos encontrado con el clásico ejemplo de meteorología del país chubasco y su afamada y vertiginosa velocidad para el cambio de tiempo. Habíamos llegado hasta la zona sin esperanza alguna, pues el pronóstico había acabado con la poca que teníamos. Aún así, nos habíamos acercado porque yo, a mis años y luciendo estas canas, aún no había visto nunca con mis propios ojos el fascinante islote de San Juan de Gaztelugache.

La costa vasca y al fondo, a lo lejos el islote de San Juan de Gaztelugatxe

La preciosa playa de Bakio

Desafiando los peores augurios llegamos a la costa con un tiempo despejado y un sol tan sorprendido como nosotros que bañaba entre otros la preciosa playa de Bakio. Así que no lo tomamos con calma, pero con tiempos nada sincronizados con el clima. Para cuando llegamos al mirador para que pudiera tachar de mi lista de deseos apenas tuvimos un minuto antes de que las nubes y la oscuridad lo engulleran todo.

Pero fue un minuto glorioso.

Fue una primera visión que me encogió el corazón como solo pueden hacerlo los sitios que has visto en fotos mil veces y que te esfuerzas por recrear en tu imaginación. Una vez más, mi creación mental no estuvo a la altura de la realidad. No contempló en el apabullante rugido de las olas rompiendo contra la superficie tallada del peñón mientras un diminuto puente de piedra luchaba contra los elementos para unirlo con la tierra. El pobre puente había fracasado en su labor y en esos días, se mantenía cerrado al público por desprendimientos. Me comentan que a día hoy ha regresado del ko y ahora vuelve a soportar a quienes quieran atravesarlo para subir a lo alto de la roca donde reposa la ermita de Gaztelugache. En aquellos días ni siquiera era una opción.

¡Gaztelugatxe al fin!

Apenas hubo tiempo para más. Transcurrió el minuto. Se acabó nuestro tiempo, absolutamente insuficiente para poder disfrutar de esta obra conjunta de la naturaleza y el hombre, y el cielo dijo basta antes de empezar a caer sobre nosotros. Pero la tozudez de los elementos no contaba con la tozudez de dos idiotas. Yo como siempre me limitaba a esperar que la situación se arreglara por si sola. David, en cambio, oteaba el horizonte, miraba las capas de las nubes, escuchaba los vientos. «Esto pasará», aseguró.

Yo confíe en él.

Y así habíamos llegado a esa situación.

Esperando bajo un chaparrón de dos tormentas cruzadas. Lo cierto es que de alguna manera, a lo lejos, entre las nubes que lloraban sin pausa, se podía ver un cielo azul. Claro que para que llegara a nosotros tendrían que pasar antes las lluvias. Todas ellas. Por encima de nosotros. Aguantamos. Después de todo, David era un piel roja del país vasco. Sabía leer los elementos. Si había dicho que pasaría, seguro que lo hacía. Aunque empezaba a sospechar que cabía la posibilidad de que se refiriera a las próximas semanas, claro.

Pasada una primera tormenta… pero ¿sería suficiente para poder verlo de nuevo iluminado por el sol?

Casi dos horas después, finalmente, las lluvias empezaron a despedirse y empezó a aclarar. El clima caprichoso de Euskadi, ese niño consentido que quiere cambiar constantemente de juguetes se había cansado ya de llover y ahora quería sol. Y no habíamos esperado entumecidos para perdérnoslo.

Pero lo que no esperábamos, lo que no entraba en nuestros cálculos de ninguna manera es que mientras el sol comenzaba su segundo acto, la últimas cortina de lluvias nos dejaran un arcoíris perfecto sobre Gaztelugache.

Y así, amigos, fue como mi primera visita al islote acabo siendo húmeda y fría… pero también totalmente inolvidable.

Con esto, termino la parte vasca del Otoño 2021 y solo puedo agradecer una vez más a David De la Iglesia por su amabilidad, por su hospitalidad y por compartir conmigo algunos de los rincones más especiales de su tierra. Eternamente agradecido, David.

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Otoño 2021 – Parte 6: Opakua y el Laberinto de Arno (País Vasco)

Muchos años después, frente a una pila de discos duros, Ignacio Izquierdo habría de recordar el día en que David De la Iglesia le llevó a fotografiar bosques entre la niebla. Siendo honestos, lo de la niebla fue totalmente inesperado pero alegró el corazón del guía cuando condujo los últimos metros por las carreteras del puerto de Opakua.

Allí, adentrados en las profundidades de Álava, en el corazón salvaje de la Sierra de Entzia, una espesa niebla lo cubría todo. La vegetación, los troncos, las ramas y las hojas, surgían como formas difuminadas, fantasmagóricas. Buscábamos rastros de un Otoño que, en pleno ocaso, ya había visto sus mejores días y donde las últimas hojas, secas, momificadas en ocres, aún se resistían a dejar las alturas, y se dejaban mecer por el suave viento mientras aún les quedará un ápice de fuerzas.

El Arco De Zalamportillo

Era una visión especial, llena de encanto. Quienes hayan caminado alguna vez en mitad de una niebla espesa ya estarán familiarizados con esa sensación de que el mundo se va creando para ti a cada paso, que no hay sino nada mas allá de esos pocos metros que la vista puede atravesar.

Caminamos sin rumbo, abandonándonos a las rutas de caminos imaginarios de las formas que iban apareciendo delante de nosotros. Nos perdimos sin que nos importara mucho. Buscábamos formas, el minimalismo de árboles extraídos de la profundidad nemorosa con la cirugía precisa de la calígine.

Solo cuando los soplos del viento aireaban la niebla se rompía ligeramente el hechizo, dejando que la vista avanzara, aliviada, muchos metros más allá. Claudicamos a la desorientación y seguimos las pistas del GPS, para encontrarnos sin previo aviso con la caprichosas formas kársticas de el Laberinto de Arno.

Arco De Zalamportillo y el Laberinto de Arno

Otras entradas al Laberinto de Arno

Que estas formaciones rocosas, presas del musgo y las hojas secas surgieran de entra la niebla fue emocionante, sobrecogedor. Habríamos encontrado el portal, la puerta de acceso al mundo mágico a través del arco de piedra de Zalamportillo. Ante nosotros siglos de trabajo, en los que el agua ha ido tallando con cinceles de arroyos, ríos y torrentes, perfeccionando día a día sus facetas y aristas.

Arco De Zalamportillo y el Laberinto de Arno

Un troll de los bosques… digo David De la Iglesia.

A veces un poco de viento limpiaba las vistas de niebla.

Perdimos también la noción del tiempo. Nos olvidamos de comer. De beber. Nos impregnamos de boira, hasta que nos alcanzó el agotamiento entonces si, comenzamos el regreso al coche, con la tarjeta llena de duendes, de hadas y de cuentos inconclusos que aún están por escribirse.

De nuevo, mil gracias a David, por ser tan excelente anfitrión y guía. Obviamente, nosotros íbamos a perdernos y hacer fotos… pero se pueden hacer muchísimas otras cosas por la Sierra de Entzia, entre ella decenas de trekkings que te permiten llegar a sitios como el Laberinto de Katarri, las campas de Legaire, el robledal de Munain o las cascadas de Andoin o Igoroin, entre otros. Una zona que merece la pena explorar.

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